sexta-feira, 5 de outubro de 2012

Observações interessantes sobre o que se passa na Venezuela



Desde hace algunos años, en el inconsciente colectivo, en la charla de café y, sobre todo, en los medios de información, la palabra Venezuela circula como un nuevo paradigma. Muchos hablan de Venezuela, desde lo mejor a lo peor, aunque esto último es lo que más resuena en los discursos de las cadenas mediáticas de otros países. Todos cuentan, todos saben. O dicen saber. Pero siempre nos preguntamos: ¿cuántos de todos ellos conocerán mínimamente Venezuela?
Aquí alguna de nuestras reflexiones...

Comunicación popular y radios comunitarias

Dentro de la efervescencia política que se vive día a día en la República Bolivariana de Venezuela, y sobre todo con las pasiones y odios que genera un presidente como Hugo Chávez Frías, es lógico, que en los últimos años, hayan surgido allí muchas radios comunitarias, populares, alternativas.

A diferencia de otros países de Latinoamérica, en este país el Estado apoya firmemente estos procesos populares. No solo entregándoles equipo técnico de última tecnología (cosa que nos consta), sino también con capacitación y con apoyo, por ejemplo, para pagar remuneraciones a los operadores técnicos.

Algún descreído dirá que en ese caso el Estado y el gobierno se aprovechan de estas radios para bajar línea o para decidir qué se pasa y qué no. Pero, ¿habrá una maquinaria estatal que pueda controlar todo lo que pasa por la tantísima cantidad de emisoras populares que existen legalmente en Venezuela? Alguien puede pensar que sí. Para nosotros, y según lo que vivimos, eso no sucede. Pero acaso, si así fuese, los grupos siempre olvidados por los grandes medios de información y difusión, ¿dónde tendrán más chance de expresarse?

Resulta ilógico pensar que uno de los estados que más licencias y apoyo otorgó a medios alternativos y comunitarios, lo haga simplemente por un factor gubernamental. Más ilógico es pensar, o repetir como loros, que allí hay censura.

En varias de las radios que visitamos, es cierto que la mayoría apoya al proceso de cambio de ese país, por convicción. Lo que no significa que sean medios “adictos” al gobierno o medios partidistas. En estas emisoras lo cultural, lo comunitario y el sentido social de la comunicación es lo que prima.

La mayoría de estas radio nacieron a partir de 2002. Después del golpe de estado de abril de ese año. No es un detalle, si tenemos en cuenta que ese fue principalmente un golpe mediático, reconocido por las propias cadenas televisivas (¿no nos creen?, entonces no dejen de ver la película: “La revolución no será transmitida”)

También, es bueno decir que aún falta, como siempre ha faltado y faltará en la construcción de medios populares, pero creemos que en Venezuela hay más chance y oportunidad que en otros países del cono sur.

Censura y libertad de expresión

Duele mucho escuchar que en Venezuela no hay libertad de expresión o que hay censura. No solo por lo que contamos de las radios comunitarias. Duele escuchar esto en un país donde una legisladora es capaz de pararse en medio del Congreso y gritarle al presidente de la nación: ladrón. Y no por que lo acusa de ser corrupto o porque se ha quedado con algún vuelto, le dice ladrón a los cuatro vientos porque para ella “expropiar es robar”. ¿Existe en la historia de Latinomérica algún caso de que alguien que le grite ladrón a un dictador, y que esa persona siga viva o no vaya presa? Bueno, esa legisladora venezolana goza de su plena libertad, sigue diciendo lo que se le antoja y se precandidateo para ser la próxima presidenta de Venezuela. Extraña dictadura... como diría el maestro Galeano.

En los meses que estuvimos hicimos zapping por uno y otro medio. Y por ejemplo escuchamos que en algunas de las grandes cadenas televisivas un día se decía que Chávez miente con la enfermedad. Al otro día los mismos decían que ya se moría, que le quedaban horas. Otro día, afirmando cosas y difamándolas, cuando no insultando, sin ningún tipo de pruebas, solamente operando en el inconsciente de una sociedad.

Da rabia la utilización que se hace, sobre todo al exterior de Venezuela, del caso RCTV para hablar de falta de libertad de expresión. Un canal de televisión que formó parte central del golpe de estado mediático, y que cuando la gente salió a las calles para exigir que vuelva Chávez, que vuelva la democracia, ellos pasaban comiquitas (como le dicen por allá a los dibujos animados). Ese canal no lo cerró Chávez. A ese canal se le terminó la vigencia de su licencia, y el estado, con suficiente motivos, no se la renovó. Si una persona se hace pasar por médico, opera personas y las mata, y entonces se decide que no vuelva a trabajar en el hospital ¿alguien se opondría a que no se le renueve su contrato de trabajo? Difícil, de hecho más de uno pediría que se lo encarcele. Ahora, si a una empresa que decía ser un “medio de comunicación”, el estado decide simplemente no renovarle la licencia porque lo que hizo fue incomunicar a la sociedad, mentirle, ser participe en el quiebre de la democracia y propiciar un clima de enfrentamientos donde hubo muertos... entonces sí más de uno se horroriza y exclama que eso es censura. Hablan de falta de libertad de expresión y lloran por RCTV, pero nada dicen de las radios comunitarias, que no necesariamente son chavistas, como el caso de Fé y Alegría, y que durante las 48 horas que duró el gobierno de facto de Carmona, fue amenazada y los comunicadores trabajaron arriesgando su vida para contarle a los venezolanos lo que estaba pasando y que los grandes medios no decían (no dejen de leer “Golpe de radio”, de José Ignacio López Vigil).

Si bien es cierto que en muchas cosas no coincidimos, por ejemplo, en la forma de gestionar los medios públicos, también es cierto que en Venezuela se pueden quejar de muchas cosas pero no de no tener libertad para expresarse.

Poder popular

Desde hace unos años en la República Bolivariana se implementó la figura de “consejos comunales”. Básicamente, son grupos de vecinos y vecinas que se organizan, deciden qué les falta en sus comunidades o su barrios y presentan proyectos al gobierno nacional, quien, una vez que se aprueban, les baja los recursos directamente. Entonces, son ellos y ellas, a través del consejo comunal, los que lo ejecutan en base a lo presentado, sea por una cooperativa u otra forma. De esta manera, evitan que los vivos de siempre, de las gobernaciones y las alcaldías, se queden con un peaje y que nunca llegue nada excepto en la campaña electoral.

Hay consejos comunales que han logrado tener muchas cosas, nosotros vimos dos, que se encuentran alejadísimos de Caracas, uno en frontera con Colombia y otro en la cima de una montaña. Ambos, a través de la organización popular lograron, por ejemplo, instalar infocentros públicos y gratuitos, de ultima tecnología, con software libre y con internet por satélite (algo sumamente costoso).
Polarización total de la sociedad

Se habla de que en Venezuela existe una polarización total, y no es para menos. De todos los países del cono sur es el único donde realmente se están encarando cuestiones de fondo, donde sentimos que verdaderamente se vio afectado el capital transnacional y nacional de siempre. Si no fuese tan polarizado, seguramente no sería genuino el avance. Por otro lado, cuando fue al revés, cuando eran los recursos del estado y de los venezolanos de a pie que se veían afectados, ¿en qué medios salía a decirse que se atentaba contra el estado de derecho?

Desde los medios se hace una campaña sistemática y continua. Chávez es el gran culpable de todo, hasta si llueve. Como si en los 200 años anteriores, la pobreza, la exclusión, la corrupción, y demás cosas de que se le acusa al gobierno nunca hubiesen existido. Claro que lo que sigue aun faltando hay que seguir exigiéndolo, pero sin mentiras.

Por último, ¿qué importa la polarización si trae discusión de modelos, si hay debates de ideas? Acaso, que existan pluralidad de miradas ¿no es democracia?
¿A qué se le tiene miedo? ¿a la confrontación? ¿y cuando fue al revés? ¿no sería que cuando se pensaba que había calma, tranquilidad, era porque a muchos venezolanos no les quedaba más que la resignación en silencio?

Solidaridad

Pareciera que Venezuela es uno de los únicos países al que realmente le interesa la integridad e integración del continente latinoamericano. Se puede sentir en casos como Telesur pero también en otrísimas cosas que este país no solo promueve, sino que financia.

No decimos que los pueblos no sientan ese lazo de hermandad y solidaridad, que comprobamos que verdaderamente hay, sino que ahora también se puede ver esa actitud de parte de varios gobiernos. Venezuela no solo representa otra forma de comprender el mundo hoy, sino que tiene la fuerza y las ganas necesarias para bancar lo que eso lleva. Es verdad que es el país más rico de la región, y por ello justamente, en este momento del capitalismo, la lógica indicaría lo contrario, que tendría que cerrarse y sacar provecho a cualquier costo, como el caso de Alemania en la Unión Europea, hundiendo al máximo al resto de los países para evitar sumarse a la crisis que azota a Europa. Pero desde una lógica social, es entendible que lo que prima en Venezuela es la solidaridad con sus países hermanos. Y eso, trasciende al gobierno, ese sentimiento solidario para con los de otros países lo sentimos de parte de muchos de los que forman parte de ese hermoso pueblo.

Los ojos del mundo

No es de extrañar que por todo esto, y porque este país está parado sobre la reserva de petróleo más grande del mundo, donde antes los que mandaban eran los yanquis, los ojos del mundo estén puestos este domingo en Venezuela. El país donde en los últimos diez años del gobierno de Chávez se votó más veces que en los últimos veinte de su historia. Donde todo depende de un hilo delgado para que el continente y la región siga avanzado sin mirar otro espejo que el cercano, y lejos de intenciones de cruzar el océano para buscar recetas a nuestros problemas. Será que todos hablan de Venezuela porque como nos dijo un amigo venezolano, aprendieron que tenían muchos derechos pero que nunca habían sido respetados, y que por eso pase lo que pase “la mayoría de los venezolanos no serán más pendejos”.

Nova orientação emana do STF: o "estado de exceção permanente"

 

Mensalão e "exceção": Carl Schmitt e Lewandowsky

Quando o ministro Ricardo Lewandowski teve coragem de dissentir em alguns votos: relativizar, pedir provas, impugnar uma doutrina de ocasião, foi massacrado por comentários sardônicos, ataques a sua integridade e a sua sabedoria jurídica pela mídia vigilante. Os seus votos colocam uma questão de fundo para o futuro democrático do país. O Brasil deve a Lewandowsky este alerta, pela sua conduta ética em se indispor contra condenações já anunciadas. Este ministro é o Carl Schmitt ao contrário: quer que a regra seja sempre superior à exceção. O artigo é de Tarso Genro.

Um artigo que publiquei na Carta Maior sobre a questão do “estado de exceção permanente” mereceu algumas considerações que reputo importantes para a cultura política e jurídica do Estado de Democrático de Direito e também para o meu próprio proveito, como pessoa que preza o debate de ideias e milita - por vezes assumindo cargos públicos- no campo do ideário socialista. 

Não desconheço as grandes contribuições de Agamben e sobretudo do maiúsculo Walter Benjamin sobre o assunto. Nem o juízo - sustentado por brilhantes analistas de esquerda - de que é possível, na profundidade do conceito de “exceção permanente” de Schmitt, matizar que o sistema de produção e reprodução das condições de existência no capitalismo ampara-se, sempre, na “excepcionalidade”. Tomada esta, enfim, como violação permanente das suas próprias normas de organização jurídica e política, de forma alheia às promessas das constituições democráticas, com seus “direitos fundamentais”. 

Reconheço, também, que este plano de análise é adequado para compreender a gênese do Direito no capitalismo moderno, do seu processo de acumulação, das suas guerras e da sua perversidade. Esta gênese está recheada, no entanto, por conquistas civilizatórias importantes, que não devem ser ignoradas, sob pena de se cair no equívoco grave que o socialismo - ou o que suceder o capitalismo atual, para melhor - recomeça a História e reinventa o ser humano a partir do “zero”. 

Entendo como conquista civilizatória tudo o que, nas instituições do estado e nas relações sociais, obriga e conscientiza os homens a terem o outro como uma extensão de si mesmos. Ou seja, promovem e orientam a “descoisificação” e instrumentalização do outro e, portanto, ampliam os horizontes das comunidades humanas, para se auto-reconhecerem como integrantes de um todo uno e diverso. 

Reputo, então, que “dentro” deste processo - que nem sempre é “evolutivo”, pois às vezes ocorre por “saltos”, guerras revoluções - estão conquistas que têm um estatuto de universalidade para o humanismo, do qual a ideia do socialismo moderno é fruto ainda não acabado. Aponto dois “fundamentos” que, se não estiverem presentes naquela implementação de uma nova sociedade, as promessas de igualdade e solidariedade, na nova ordem, ficarão comprometidas.

Para que a nova ordem prospere ela deve ter uma base política e jurídica, cuja estabilidade relativa deverá ancorar-se em dois fundamentos: no princípio da “igualdade perante a lei” (“igualdade formal”) e no princípio da “inviolabilidade dos direitos”. Um princípio complementa o outro e eles mesmos nunca serão completamente realizados, mas expressam a utopia política e histórica da igualdade transformada em marco jurídico universal.

Apesar destes princípios estarem presentes como fundamentos das constituições democráticas atuais, com um olhar histórico realista ver-se-á que o Estado Democrático de Direito (não entendido, portanto, metafisicamente como uma panacéia para todas as violências e explorações) pode permitir a manutenção das opressões de classe, dos privilégios sociais, das injustiças inerentes às diversas fases e períodos de acumulação e “destruição criativa” do capital, sem violar as suas regras formais: sem apelar para a “exceção”. Nixon fez com os bombardeios “químicos” do Vietnam as mesmas barbáries que Hitler fez com o “ghetto” de Varsóvia. Num país, o Juiz da “exceção” era o Fuhrer (um indivíduo); no outro, era a Suprema Corte dos Estados Unidos (um coletivo). 

A grande diferença formal entre o Estado Democrático de Direito e o Estado de Exceção Permanente é que, no primeiro, quem é o Juiz da Constituição é um coletivo originário de um processo constituinte, politicamente democrático; e no segundo (no Estado de Exceção Permanente) quem é o Juiz da constituição é o Lider, “pois toda a lei do Estado, toda a sentença judicial contém apenas tanto direito quanto lhe aflua dessa fonte (o líder, o Fuhrer)”, como assevera Schmitt. 

Mas há uma grande diferença “material”, entre ambos os estados ou situações jurídico-políticas. O Fuhrer legitima-se a si mesmo, apenas pela força; e o consenso é um consenso obtido principalmente pela força. Aquele coletivo - que é o guardião e Juiz da Constituição nas democracias- não se legitima principalmente pela força; mas o faz principalmente pela ação política, pelo discurso da democracia. A força é uma “reserva” substancial, para ser usada, aí sim, na “exceção”, quando os mecanismos democráticos de dominação não mais correspondem às necessidades práticas de controle social e manutenção do poder.

Para sintetizar minha opinião sobre o assunto e, logo após, reportar-me a um fato histórico recente na democracia brasileira (o julgamento do “mensalão”), assevero o seguinte: na “exceção” o Líder julga e executa os “julgadores” e quem quiser, através da Polícia; no Estado Democrático de Direito todos tem o direito formal a um julgamento justo pelos Tribunais, dentro das “regras de jogo”, no qual a Polícia não é uma mera extensão do Lider; logo, não compete a ela finalizar os conflitos nem aplicar definitivamente a lei.

São diferenças formais, mas ocorre que as “diferenças formais” tem forte influência na vida das pessoas, nas possibilidades de ação política, na formação de núcleos de resistência ao arbítrio e ao aparelhamento do estado, pelo controle total que os interesses privados podem exercer sobre ele, de modo a subtrair completamente as suas funções públicas. Forma e conteúdo, dizia Hegel, “convertem-se incessantemente um no outro.” Os dois princípios mais revolucionários forjados, até hoje, no direito moderno (o princípio da igualdade perante a lei e o princípio da inviolabilidade dos direitos) são também princípios de organização política da sociedade, e eles não permitem -pois eles são exatamente a “anti-exceção”- o domínio da força bruta dos interesses de classe, sem legitimação política.

O caso do “mensalão” será emblemático para democracia brasileira daqui para diante e também para o Direito, em nosso país. Pode-se dizer, com absoluta certeza, que nenhum dos Ministros votou contra a sua consciência ou que tenha se comportado com venalidade. Nenhum dos Ministros votou “controlado pela Polícia” ou mostrou-se desonesto nas suas convicções e o julgamento dos réus deu-se, integralmente, dentro do Estado de Democrático de Direito. Ninguém pode dizer que foi vítima de pressão insuportável e ninguém pode dizer houve um julgamento de “exceção”.

Dentro do Estado Democrático de Direito e das suas regras, o julgamento transformou-se, isto sim, no julgamento de um Partido, de um projeto político e, muito suavemente, do sistema político vigente. Quem tinha a ideia de que o julgamento seria um julgamento a partir das provas, sobre o comportamento de cada um dos réus, ou que cada um dos Ministros não partiria da suas convicções ideológicas para chegar a uma das doutrinas penais conhecidas para abordar o processo, tinha e tem uma visão completamente equivocada do significado histórico do Estado de Direito. O Estado Democrático de Direito abre exatamente estas potencialidades de escolha, o Estado de Exceção não. Estas potencialidades de escolha estão contidas no terreno da política, não do direito.

No Estado Democrático de Direito, a ideologia do Magistrado “seleciona” a doutrina jurídica, que ampara a decisão. Na ditadura (ou na “exceção”) esta escolha é sufocada pelo olhar do Líder, através da Polícia. A Teoria do Domínio Funcional dos Fatos foi, portanto, uma escolha ideológica, feita para obter dois resultados: condenar os réus e politizar o julgamento. Talvez algumas condenações não pudessem ser proferidas apenas com as provas dos autos, mas sobretudo a doutrina escolhida mostra que não bastava condenar os réus - alguns deles tiveram seus delitos provados ou confessados - era preciso condená-los pela “compra de votos” no Parlamento: a política (dos partidos) não presta, os políticos são desonestos, a esquerda é a pior. Essa é a mensagem que era preciso deixar através da politização completa da decisão pela Teoria do Domínio.

O Supremo Tribunal Federal faz política o tempo inteiro como todos os Tribunais Superiores do mundo e a vitória obtida pela direita ideológica -muito bem representada pela maioria da mídia neste episódio - ao transformar delitos comuns em delitos de Estado (compra de votos), vai muito além deste episódio e não se sabe, ainda, quais os efeitos que ele terá no futuro. Numa “sociedade líquida”, sem balizas culturais firmes, onde a estética da violência é festejada em horário nobre –com sangue e vitórias do culto da força- pode ser que ela vá se diluindo ao longo do tempo. 

Quando o Ministro Ricardo Lewandowski teve coragem de dissentir em alguns votos, apenas dissentir: relativizar, pedir provas, impugnar uma doutrina de ocasião, foi massacrado por comentários sardônicos, ataques a sua integridade e a sua sabedoria jurídica pela mídia vigilante. Além de pretender avisar que os réus já estavam julgados, a mídia uniforme queria unanimidade. E quase obteve, pois as convicções já estavam formadas, as decisões políticas já estavam consolidadas e o Supremo Tribunal Federal estava julgando num clima de total liberdade política, na semana das eleições.

Todos os Ministros se comportaram segundo as suas convicções e devem ser respeitados, gostemos ou não dos seus votos. Mas é necessário registrar que o único que o fez contra a maré, contra o senso comum já preparado para a condenação coletiva, foi o Ministro Lewandowsky. Os seus votos e a própria forma com que eles eram comentados pela mídia, totalmente partidarizada no episódio e a maior parte dela ignorante em Direito, também coloca uma questão de fundo para o futuro democrático do país.

O preparo da opinião pública para festejar a condenação réus, independentemente das provas, foi evidentemente uma ação política dentro dos marcos do nosso Estado Democrático de Direito. Mas, pergunta-se: isso não poderá ser, no futuro, um substitutivo da Polícia do Líder, que julga, em última instância, os julgadores num regime de exceção? A influência que os meios de comunicação exerceram para promover um “clamor público” - que afinal não houve mas é óbvio que repercutiu nos Ministros do Supremo - não foi além do saudável, numa democracia onde o equilíbrio e a isenção na informação não são propriamente um predicado?

Parece-me que esta questão não é somente dos partidos de esquerda, mas de todos os partidos democráticos do país, de todos os juristas sérios, de todos os cidadão que independentemente de “gostarem”, ou não, de política, apostam numa vida democrática cada vez mais sólida e generosa. 

O Brasil deve a Lewandowsky este alerta, pela sua conduta ética em se indispor - por pura convicção - contra condenações já anunciadas. Este Ministro é o Carl Schmitt ao contrário: quer que a regra seja sempre superior à exceção. Lewandowski, além de ter feito história como os demais, também contribuiu para uma memória de coragem e altivez democrática. 

(*) Governador do Rio Grande do Sul