quarta-feira, 7 de agosto de 2013

El gobierno de EEUU distorsiona y le oculta a la gente lo que hace y por qué lo hace con los aviones teledirigidos

Actualización sobre la guerra con aviones no tripulados
El arte de ganar enemigos

Jadaliyya.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El 1 de agosto de 2013, el Secretario de Estado estadounidense John Kerry hizo un anuncio en Islamabad, adonde se había desplazado en un intento de resucitar las estratégicas negociaciones bilaterales entre EEUU y Pakistán. Durante la conferencia de prensa, dijo que EEUU se había comprometido a poner fin a la guerra con aviones no tripulados contra Pakistán en un futuro próximo. “Pienso que el Presidente Obama tiene un calendario muy claro y confiamos en que sea muy, muy pronto”.El plan para reducir la guerra con aviones no tripulados era la condición previa fundamental para retomar las negociaciones entre los dos países, rotas en noviembre de 2011 tras un ataque aéreo que mató accidentalmente a veinticuatro soldados pakistaníes. En aquel entonces, las negociaciones iban ya renqueando en medio de crecientes sentimientos antiestadounidenses a causa de los ataques con aviones teledirigidos, la indignación provocada por los hechos acaecidos cuando un contratista de la CIA mató a tiros a dos hombres en Lahore y la última invasión del territorio pakistaní para asesinar a Obama bin Laden. Según una reciente encuesta Gallup, el 92% de la población está en contra del gobierno de EEUU.
Aunque Pakistán había permitido con anterioridad que EEUU emprendiera ataques con aviones teledirigidos, la postura de la oposición se ha convertido en la nueva posición oficial, como afirma implícitamente el comunicado de Kerry. En efecto, momentos después de haber jurado su puesto en junio, el Primer Ministro Nawaz Sharif pedía el fin de la guerra con aviones no tripulados en las zonas tribales del país y junto a la frontera con Afganistán.
La actual postura pakistaní contra la guerra con aviones no tripulados en su país está motivada por la creciente cifra de víctimas civiles. En febrero de 2012, el Bureau of Investigative Journalism (BIJ), con sede en Londres, informaba que entre 2009 y 2011, la CIA había emprendido asimismo la práctica de los segundos ataques (doble golpe), que matan e hieren a los rescatadores y atacan los funerales. Supuestamente, los segundos ataques habían terminado en julio de 2011. Sin embargo, en el mismo día en que Kerry hacía su anuncio en Islamabad, el BIJ informaba de nuevos hallazgos de cinco segundos ataques de la CIA contra el personal de rescate entre el 23 de mayo y el 23 de julio de 2012.
En junio de 2012, Christof Heyns, el Relator Especial de la ONU para las Ejecuciones Sumarias, Arbitrarias y Extrajudiciales, definió como crimen de guerra los segundos ataques que ponen en peligro a los rescatadores. En respuesta a la afirmación de Heyns, el representante de Pakistán en Ginebra, Zamir Akaram, instó al Consejo de los Derechos Humanos de la ONU a investigar la utilización de aviones no tripulados y exigió a EEUU “que respetara la cada vez más extendida opinión internacional” de que el uso de aviones no tripulados “no solo viola nuestra soberanía sino que, bajo nuestro punto de vista, viola también la Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional”.
El 9 de mayo de 2013, el Tribunal Supremo de Peshawar (TSP) dictaminó que la guerra con aviones no tripulados de EEUU viola el Derecho Internacional, la soberanía del país y constituye un crimen de guerra. Esa sentencia se produjo tras la presentación de dos peticiones constitucionales por parte de la Fundación por los Derechos Fundamentales de Pakistán, denunciando el fracaso del gobierno a la hora de proteger a sus ciudadanos. El TSP ordenó al gobierno que emprendiera acciones inmediatas para impedir futuros ataques, llevara la cuestión de los ataques estadounidenses con aviones no tripulados en Pakistán ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (donde Pakistán es en la actualidad miembro no permanente) y, si se bloqueaba esa opción, solicitara una reunión urgente de la Asamblea General. Por último, el tribunal instó al gobierno a que pidiera indemnizaciones a EEUU por cada civil asesinado por un avión teledirigido.
En julio, el BIJ consiguió un informe secreto interno pakistaní sobre la muerte de civiles. Ese informe, que examinaba setenta y cinco ataques de los aviones teledirigidos de la CIA entre 2006 y octubre de 2009, halló que al menos 147 del total 746 de muertos eran civiles, 94 de ellos niños. Estas cifras se basaban en las investigaciones efectuadas sobre el terreno por funcionarios locales y, por tanto, contradicen con toda autoridad la versión oficial estadounidense de que los ataques de aviones no tripulados no suponen gran peligro para los civiles.
John Brennan es uno de los defensores más acérrimos de la línea de que las víctimas civiles son escasas. Durante la vista de su confirmación en el Congreso en febrero de 2013, la senadora Dianne Feinstein, que preside el Comité de Inteligencia del Senado, trató de validar las afirmaciones de Brenan. “Durante los últimos años, este Comité ha llevado a cabo controles importantes sobre la conducta del gobierno en relación a los ataques selectivos y las cifras que hemos obtenido de la rama del ejecutivo, que hemos hecho todo lo posible por verificar, confirman que cada año el número de víctimas civiles consecuencia de esos ataques ha sido por lo general de un solo dígito”.
Chris Woods, investigador de los aviones teledirigidos del BIJ, fue entrevistado por Democracy Now tras la publicación del informe interno pakistaní. Explicó lo que hizo tras conocer las afirmaciones de Feinstein:
Me puse en contacto con cada organización que había llevado a cabo importantes investigaciones de campo en Pakistán sobre la muerte de civiles, independientemente del resultado. Todas y cada una de esas organizaciones me dieron la misma respuesta: ‘Ningún miembro de un comité de supervisión del congreso, de un comité de supervisión de la inteligencia, ni el Congreso ni ninguno de sus miembros nos ha contactado nunca”. Sencillamente, la idea de que hay un control, la idea de que el Congreso está haciendo su trabajo, de que está investigando las afirmaciones y contraafirmaciones respecto a la muerte de civiles, no se sostiene. Están yendo a la CIA y diciéndoles: ‘Muéstrennos sus videos. Cuéntennos qué hicieron’. Y después, a partir de esos contactos, están haciendo suposiciones. No existe ninguna investigación independiente. Y no salen de la comunidad estadounidense de inteligencia. Creo que hasta tanto el Congreso como la Agencia misma no empiecen a abordar algunas de estas preocupaciones públicas, vamos a tener este inmenso abismo, este creciente abismo, entre la percepción pública de lo que supone la guerra con aviones no tripulados y esa afirmación del gobierno estadounidense de que ‘Todo es estupendo. Sólo matamos terroristas. ¿Y saben qué? Que nunca matamos civiles. O si los matamos, es una cifra muy pequeñita’ ”.
La línea oficial estadounidense no tiene caché en Peshawar, pero vende en Peoria [Illinois]. Las grandes mayorías bipartidistas de estadounidenses se creen y aceptan algo, o más que algo, de la siguiente afirmación: los ataques con aviones no tripulados son eficaces para reducir la amenaza del terrorismo, están justificados por el hecho de que estamos en guerra, son necesarios ante la falta de alternativas para capturar a los sospechosos, están legitimados por el permiso de gobiernos extranjeros para perpetrar ataques en su territorio, tienen un bajo coste y son armas de precisión cuyo uso es seguro para nuestras tropas, etc.
Durante el discurso sobre la seguridad nacional del Presidente Obama del 23 de mayo de 2013, exhibió toda esa combinación de afirmaciones. Sobre la política de los aviones no tripulados, dijo:
Sólo atacamos a al-Qaida y a las fuerzas asociadas con ellos, e incluso así el uso de aviones no tripulados está fuertemente restringido. EEUU no lleva a cabo ataques cuando tenemos capacidad para capturar a terroristas individuales. Preferimos siempre detener, interrogar y procesar. EEUU no puede atacar siempre que se le antoje. Nuestras acciones están vinculadas a consultas con los socios y respeto por la soberanía estatal. EEUU lleva a cabo ataques para castigar a individuos. Actuamos contra terroristas que suponen una amenaza continuada e inminente para el pueblo estadounidense y cuando no hay otros gobiernos capaces de actuar con eficacia ante la amenaza. Y antes de atacar, al más alto nivel que podamos establecer, nos cercioramos de que los civiles no mueran o resulten heridos”.
La mayoría de las afirmaciones de Obama, cuando no todas, se contradicen con los datos empíricos de las víctimas como consecuencia de los ataques con aviones teledirigidos, y disponemos de abundante información revelada por periodistas de investigación y por organizaciones de derechos humanos acerca de la política de asesinatos selectivos de EEUU. Por tanto, teniendo en cuenta lo que se conoce y lo que queda por conocer acerca de la guerra con aviones no tripulados, las afirmaciones del presidente (y parecidas afirmaciones públicas de otras autoridades) deberían valorarse por lo que son: mera propaganda.
El gobierno de EEUU distorsiona y le oculta a la gente, de forma activa y como materia política, lo que hace y por qué lo hace con los aviones teledirigidos y trata por todos los medios de suprimir o negar las informaciones contradictorias. Consideren un ejemplo de esa conducta típica de delincuentes. Según el presidente Obama, no se lanzan ataques letales a menos que exista “la casi certeza, al nivel más alto que podamos establecer, de que ningún civil va a acabar muerto o herido”. Esto se contradice absolutamente con lo que se sabe del bombardeo llevado a cabo por el Comando de Operaciones Especiales Conjuntas (JSOC, por sus siglas en inglés) sobre el pueblo yemení de al-Mayalah el 17 de diciembre de 2009.
El objetivo principal del ataque fue la supuesta presencia de un grupo vinculado con Al Qaida en la Península Arábiga (AQAP, por sus siglas en inglés) en la provincia de Abayan, asegurando que el lugar bombardeado era claramente un campo de entrenamiento. Contrariamente al nivel de “casi certeza” proclamado por Obama, el asesor legal del Departamento de Estado, el general Willian McRaven, y el Consejero General del Pentágono, Jeh Johnson, tuvieron 45 minutos para decidir si apoyaban el ataque que el comandante del JSOC, el general comandante Willian McRaven, les urgía a aprobar. La autorización se dio y dos misiles de crucero llenos de munición de racimo y material incendiario se lanzaron desde un submarino que se encontraba frente a costa yemení.
Cuando la bomba impactó resultó que no era un campo de entrenamiento del AQAP sino un mísero pueblo beduino y el fruto que se cosechó fue el asesinato de 46 personas, incluyendo 21 niños y 14 mujeres, cinco de las cuales estaban embarazadas. (El relato más completo del ataque de al-Mayalah y de sus consecuencias nos lo proporciona Jeremy Scahill en su nuevo libro titulado “Dirty Wars: The World is a Battlefield” [Guerras sucias: El mundo es un campo de batalla].
Quizá uno pudiera ser capaz de descartar al-Mayalah como un desafortunado error. Pero eso no justifica las decisiones políticas adoptadas a fin de tergiversar y ocultar deliberadamente los hechos alrededor del ataque. Al principio, el gobierno yemení asumió la responsabilidad de lo ocurrido para desviar la agitación pública en contra del ataque estadounidense. (En efecto, ese bombardeo fue el principio de la guerra estadounidense con aviones no tripulados en el Yemen). Esa afirmación fue rebatida de inmediato por los líderes tribales y por los periodistas que se desplazaron hasta el pueblo al descubrir, entre los restos de las víctimas, partes del misil en las que aparecía la etiqueta “Made in the United States”; el arsenal yemení no posee ese tipo de armamento. La artimaña de que el bombardeo fue yemení quedó aún más desacreditada cuando oficiales estadounidenses no identificados hicieron afirmaciones ante los medios confirmando que se trataba de un ataque de EEUU. En enero de 2010, Wikileaks publicó un cable diplomático secreto sobre una reunión, varias semanas después del ataque, entre el jefe del Mando Central de EEUU, David Petraeus, y el entonces Presidente yemení Ali Abdullah Saleh, en el cual se acordaba que Yemen seguiría asumiendo la responsabilidad de los ataques yemeníes en la provincia de Abayan.
El 17 de abril de 2012, la American Civil Liberties Union (ACLU) y el Center for Constitutional Rights (CCR) presentaron una petición de información, en virtud del Acta de Libertad de Información (FOIA, por sus siglas en inglés), sobre el ataque de al-Mayalah. Lo que buscaban eran los archivos de inteligencia que propiciaron el ataque, incluido averiguar si las autoridades eran conscientes de la presencia de civiles; si se había dado algún paso para investigar la matanza de civiles y para indemnizar a los supervivientes y a las familias de las víctimas; y por qué un oficial estadounidense conspiraba con un gobierno extranjero para engañar a los pueblos de ambos países. Hasta la fecha, el gobierno aún no ha contestado a esa petición de ACLU-CCR de aportar los archivos. Bien al contrario, ni siquiera las autoridades han reconocido que EEUU perpetrara el ataque, a pesar de la abundancia de pruebas confirmando ese hecho.
El Presidente Obama podría haber dicho la verdad sobre la masacre de al-Mayalah (fracaso de la inteligencia, víctimas civiles, estratagema de falsa bandera) durante su discurso de mayo de 2013, si el objetivo no hubiera sido el mero encubrimiento propagandístico dirigido a la audiencia interna. En cambio, su silencio sobre al-Mayalah (que es un incidente atroz pero que no es aislado) ha hecho del presidente un vendedor de mentiras oficiales. Pero ha hecho algo más: está defendiendo que se silencien las críticas. El 2 de febrero de 2011, el presidente llamó personalmente al Presidente Saleh pidiéndole que cancelara el planeado “perdón” para el periodista yemení Abdulelah Haider Shaye, que había presentado el informe más extenso sobre el ataque. Saleh obedeció y mantuvo a Shaye en la cárcel. Cuando finalmente Shaye salió libre en julio de 2013, la Casa Blanca dejó constancia de su protesta ante el gobierno yemení.
Bajo la administración Obama, la guerra con aviones no tripulados y los asesinatos selectivos se han convertido en las piezas centrales de la política y prácticas del contraterrorismo estadounidense. (Ambos formaban ya parte de los elementos de la política de la administración Bush, pero durante la mayor parte de esos ocho años, se utilizaron estratégicamente de forma indirecta para arrestar, interrogar y detener).
La política de aviones teledirigidos de EEUU es enormemente impopular en el extranjero. Según una encuesta dirigida por Pew Research Global Attitudes publicada el 18 de julio de 2013:
En al menos 31 naciones se desaprueban los ataques de misiles con aviones no tripulados que EEUU está llevando a cabo para atacar extremistas en lugares como Pakistán, Yemen y Somalia. Al menos tres de cada cuatro personas tienen este punto de vista en 15 países de todos los rincones del mundo, incluyendo naciones del Oriente Medio, Europa, Latinoamérica y Asia. Los únicos tres países donde la mayoría de los ciudadanos aprueban esos ataques son Israel (64%), Kenia (56%) y los mismos EEUU (61%).
Las opiniones sobre los aviones teledirigidos difieren de forma aguda según el género en muchos países. Por ejemplo, en Japón, el 41% de los hombres los aprueban, frente a sólo el 10% de las mujeres. También se encuentran diferencias de dobles dígitos en seis de las ocho naciones encuestadas, así como en Australia, Canadá, EEUU, Corea del Sur y Uganda”.
Este año, el contraataque exterior e internacional frente al afirmado derecho de EEUU de emprender la guerra con aviones teledirigidos ha tomado nuevo impulso. La afirmación de Kerry de que esa práctica se acabará –por supuesto que tiene que acabar- se debe a que el gobierno de Pakistán insiste en que así sea y es solo un ejemplo. Otro ejemplo es la unidad de investigación de la ONU que Ben Emmerson, Relator Especial de la ONU sobre Contraterrorismo y Derechos Humanos, estableció el 24 de enero de 2013. Esta unidad, compuesta por expertos de varios países, tiene un mandato para valorar no sólo el asesinato de civiles resultante de esos ataques sino también la legalidad de los asesinatos selectivos como política de gobierno.
En un discurso pronunciado en la Facultad de Derecho de Harvard en octubre de 2012, donde Emmerson anunció su intención de crear esta unidad con la cooperación del Relator Especial Heyns, dijo: “Si los correspondientes Estados no están dispuestos a establecer controles eficaces e independientes… entonces puede que en última instancia sea necesario que la ONU actúe”. Sobre la posición de EEUU de que tiene una prerrogativa global para ejecutar a la gente, Emmerson afirmó:
El paradigma de la guerra global ha hecho un daño inmenso al consenso internacional previamente compartido acerca del marco legal subyacente tanto en el derecho internacional de los derechos humanos como en el derecho humanitario internacional. Se han justificado de forma espuria una serie de graves violaciones de los derechos humanos y humanitarios… Este paradigma de guerra se basó siempre en el más débil de los razonamientos y ni siquiera los más estrechos aliados de EEUU lo apoyaban”.
La urgencia de esta investigación viene sobre todo impulsada por la rápida expansión de la guerra con aviones no tripulados de EEUU y la proliferación de la tecnología para los mismos. Su legitimidad se deriva de la impopularidad global de esos ataques y del hecho de que ningún gobierno, excepto Israel, ha afirmado para sí mismo el derecho de llevar a cabo aviones con ataques teledirigidos o aceptado que la política de asesinatos selectivos de EEUU es legítima.
Lisa Hajjar es profesora de Sociología en la Universidad de California, Santa Bárbara. Sus investigaciones se centran en cuestiones de leyes y legalidad, guerra y conflicto, derechos humanos y tortura. Ha escrito Courting Conflict: The Israeli Military Court System in the West Bank and Gaza (University of California Press, 2005) y Torture: A Sociology of Violence and Human Rights (Routledge, 2012). Además de ser coeditora en Jadaliyya, colabora con los comités editoriales de Middle East Report Journal of Palestine Studies. En la actualidad, trabaja en un libro sobre la abogacía en lucha contra la tortura en EEUU.
Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/13394/how-to-lose-friends-and-alienate-people_an-update-

Carlos Berriel: A origem da “superioridade racial” dos paulistas


publicado em 6 de agosto de 2013 às 21:16

Planalto garantiu “preservação” dos paulistas contra invasão, pensava Paulo Prado
Da ficção historiográfica ao paulista
 como ‘raça superior’
por Carlos Orsi, no Jornal da Unicamp, sugerido por Ana Cláudia Romano Ribeiro, no Facebook
A Semana de Arte Moderna de 1922 foi, no plano ideológico, a iniciativa de uma “oligarquia racista, reacionária e ao mesmo tempo modernista”, para servir aos interesses de classe da elite cafeicultora e a um projeto de hegemonia paulista, que via o Brasil como uma colônia a ser explorada pela metrópole de Piratininga.
Mesmo autores como Mário de Andrade foram próximos a esse projeto, cuja justificativa é construída no livro Retrato do Brasil, de Paulo Prado, cafeicultor, historiador e grande mecenas da Semana de 22. Isso é o que afirma o professor do Instituto de Estudos da Linguagem (IEL) da Unicamp Carlos Berriel, autor deTietê, Tejo, Sena: a obra de Paulo Prado, livro sobre a trajetória e a obra de Prado.
Publicado originalmente em 2000, o livro, nascido de uma tese de doutorado defendida em 1994, foi relançado neste ano, em edição revista e ampliada, pela Editora Unicamp.
Em entrevista ao Jornal da Unicamp, Berriel falou não apenas sobre a trajetória intelectual de Paulo Prado e a influência de seu pensamento, mas também sobre a necessidade de se rever o lugar do modernismo paulista no cânone da literatura brasileira.
A festa de lançamento do livro, em Campinas, acontece no próximo dia 15, no Empório do Nono, em Barão Geraldo, a partir de 18 horas.
Abaixo, os principais trechos da entrevista, na qual o autor defende também a ideia de que o modernismo paulista sofreu influências inclusive da visão colonialista desenvolvida por intelectuais portugueses no fim do século 19.
Jornal da Unicamp – O senso comum sobre a Semana de Arte Moderna de 22 diz que os artistas de vanguarda engabelaram a elite do café, fazendo os barões pagarem por um espetáculo que eles não entendiam e que, no fundo, os afrontava. Seu livro indica que não foi bem isso… No fim, quem estava usando quem? Os artistas usaram os cafeicultores, ou vice-versa?
Carlos Berriel – Acho que o enfoque correto não é esse. O modernismo paulista é a estética da elite do café, é praticamente a sua visão de mundo. Não se trata de dois partidos que, com consciência limitada, andaram juntos durante um tempo. Isso não é verdade. A tese que defendo, nesse livro, é muito mais ampla: o meu trabalho avalia o modernismo do ponto de vista da sua gênese enquanto consciência de classe social, enquanto projeto político. É um estudo de consciência de classe. A classe de origem do modernismo paulista é a do baronato cafeicultor.
JU – Mas tem a questão do Oswald de Andrade, que depois virou comunista…
Berriel – Oswald de Andrade se separa do núcleo duro do modernismo, do grupo do café, de 28 para 29. Aliás, ele não se separou, ele foi expulso desse grupo porque, como editor da Revista de Antropofagia, permitiu que fosse publicado um artigo tratando, de forma muito desrespeitosa, o Retrato do Brasil, o livro de Paulo Prado que tinha acabado de sair. E Oswald tem uma origem de classe um pouco diferente.
Embora o lado materno seja sim, da aristocracia do café, o pai era um empresário moderno, que foi quem instalou o sistema de bonde em São Paulo e quem urbanizou o que hoje são os Jardins. Mas mesmo sendo membro do Partido Comunista, Oswald manteve sua teoria da Antropofagia, que é modernista.
Mas nós não podemos falar do modernismo como uma coisa unívoca – cada caso é um caso, cada obra existe em si mesma e tem sua razão própria. No fundo, cada autor e dada obra possuem um percurso diferente. E também é importante considerar que existe o modernismo paulista, e existem as letras modernas, que não são a mesma coisa. O modernismo é moderno, mas nem todos os modernos são modernistas.
Há a tendência, de uma historiografia marcada pelo próprio modernismo, de trazer para as águas do modernismo autores e obras que não têm nada a ver com esse movimento, como por exemplo Graciliano Ramos, José Lins do Rêgo e outros. Então, existem as letras modernas em Minas, no Rio de Janeiro, no Nordeste, etc., e existe o modernismo paulista, que são coisas diferentes. Essa distinção é essencial, e sua ausência é muito danosa para a compreensão da época.
JU – Em uma das notas de seu livro aparece José Lins do Rêgo, reclamando dos modernistas paulistas.
Berriel – Ele dizia: nós do Nordeste não temos nada a ver com isso. E ele é super hostil ao movimento. Graciliano Ramos não chega a escrever sobre isso, mas pelo depoimento de pessoas que foram muito próximas a ele sabemos que a sua opinião de que o modernismo paulista era a pior possível.
Acho que é fundamental tomar autor por autor e ler o que cada um escreveu, e não o que nós achamos que eles disseram. Meu livro busca manter a disciplina de ler exatamente o que o autor disse, exatamente o que ele está dizendo.
Procurei evitar – e espero ter conseguido – acrescentar qualquer coisa minha, a favor ou contra. Procurei manter uma disciplina de objetividade diante do que o texto efetivamente diz. Quis apenas colocar o discurso em pé: ele disse isso. Quais os pressupostos? São esses aqui, conforme está na obra. Foi uma coisa muito difícil, mas não se pode fugir dessa prática.
JU – Algo que chama muito a atenção na obra de Paulo Prado é a questão do racismo, ou racialismo, que em certos pontos me fez lembrar das polêmicas recentes em torno da obra de Monteiro Lobato. Essa questão de raça era uma coisa muito forte na cultura paulista daquela época?
Berriel – As teorias raciais eram uma coisa muito forte da época, e não apenas no Brasil. O final do Império, a libertação dos escravos, ainda era uma coisa recente…
No Brasil temos a tradição de que classe social é raça, que vem do problema da escravidão. E é algo de que não se livra do dia para a noite. E já que estamos falando da elite rural, eles eram ex-escravocratas, e o fato de alguns serem abolicionistas não implicava necessariamente que não fossem racistas. Isso é uma coisa muito presente na cultura brasileira, e aquele foi um período no qual o Brasil ia buscar as suas teorias, os seus arcabouços teóricos, no exterior. Foi comum, nessa época, ir buscar as teorias raciais e trazê-las para cá – teorias que depois deram no que deram.
Para sermos justos com esses autores, precisamos lembrar que nem Paulo Prado, nem Monteiro Lobato ou qualquer outra pessoa, sabia que daí viriam os campos de concentração, por exemplo. Eles não sabiam nem tinham como saber. Então, não podem ser responsabilizados por uma coisa que ainda viria a ocorrer. Porém, eles beberam da mesma fonte teórica do racismo “científico”, e isso precisa ser levado em consideração.
JU – Qual o propósito de se trazer essas ideias ao Brasil?
Berriel – Há um sentido muito prático: o que é que está em jogo no Brasil? Aqui se constituiu, desde a proclamação da República – principalmente na chamada República Velha –, a hegemonia de um setor econômico sobre o conjunto do país. Ou seja, a oligarquia do café, que monopolizava o Estado através da política do café-com-leite, transformou o Brasil em um sistema caudatário de São Paulo, através do chamado Convênio de Taubaté, de 1906, que instituiu no país um sistema semicolonial, em que São Paulo age como metrópole e o resto do Brasil submete-se como colônia.
O sistema funcionava da seguinte forma: São Paulo poderia produzir quanto café quisesse, pois o Estado brasileiro compraria, através de um empréstimo internacional a ser pago com as finanças de toda a nação.
Na prática significa que todos os Estados compravam o café paulista – e não o recebiam – cotado em libras esterlinas. Mais tarde ele poderia ser exportado ou não. Poderia ser queimado ou jogado no mar, tanto fazia.
Na lógica econômica, trata-se de um sistema colonial interno, com um sangramento da economia de todos os Estados brasileiros, que repassam seus recursos para a oligarquia do café – que em decorrência enriqueceu extraordinariamente, e se imaginou uma locomotiva puxando 20 vagões vazios.
Esse sistema durou um terço de século, e quando acabou por decreto de Vargas, em 1932, São Paulo promoveu uma guerra civil pelo retorno de seus privilégios.
O modernismo, a Semana de 22, é a manifestação, no plano artístico, da mentalidade do Convênio de Taubaté – e mesmo Oswald denunciou isso. A política do café e o movimento modernista veem São Paulo como uma entidade capaz de sintetizar o país como um todo, de dar ao Brasil uma lógica histórica que lhe falta e um projeto realista.
JU – Mas parece que, em vez de ser uma síntese, São Paulo se define em oposição ao país como um todo.
Berriel – É o que está na obra de Paulo Prado. Toda essa absurda ficção historiográfica, que não tem pé nem cabeça, que instala os bandeirantes como construtores do Brasil, por exemplo, faz parte de um discurso que preside o ano de 1922. Isso está na lógica fundante do Museu do Ipiranga, também de 1922.
Paulo Prado é o maior produtor e exportador de café do mundo, e ao mesmo tempo a consciência mais lúcida e ousada da oligarquia. E ele é o grande organizador da Semana de Arte Moderna, e sabemos disso pelo depoimento do Oswald, do Mário, de Menotti del Picchia, da Tarsila do Amaral: ele é o cara.
JU – E qual a teoria dele sobre São Paulo e o Brasil?
Berriel – É uma teoria de que existiriam no Brasil duas mestiçagens distintas. Ele elimina a ideia de raça pura, o que não existe mesmo, ele não cai nessa. Então, no Brasil existiriam duas mestiçagens, ligadas à história de Portugal. Aliás, quando se diz que o modernismo foi uma ruptura com a herança portuguesa, na verdade é o oposto: acho que nada, na cultura brasileira, foi mais ligado a Portugal do que o modernismo.
JU – Qual é essa influência portuguesa?
Berriel – Há uma teoria, que vem da chamada Geração de 70 – o grupo do historiador Oliveira Martins, de Eça de Queirós, de Ramalho Ortigão – de que Portugal contou com uma raça heroica que promoveu as navegações, os descobrimentos, e essa raça heroica vai até 1580, que é quando Portugal cai sob o domínio espanhol. Queda da qual não se recuperará jamais, e a partir dela a raça portuguesa entra em decomposição, em decadência.
Então é uma teoria também de base racial, segundo a qual há uma raça portuguesa que degenera, de modo que o português depois de 1580 é um decadente, degenerado e inútil. Paulo Prado absorve essa teoria, que vem de Antero de Quental, que vem de Oliveira Martins – este aliás é a grande referência dele, sob vários aspectos.
Ao mesmo tempo em que Paulo Prado descobre Oliveira Martins, com quem ele convive em Paris na casa do tio, Eduardo Prado, acontece o chamado Ultimatum inglês, em 1889. Na época, Angola e Moçambique formavam um território contínuo de possessão portuguesa. Quando é descoberto ouro no Transvaal, no meio do caminho entre Angola e Moçambique, a Inglaterra ordena que Portugal se retire, e é obedecida: Portugal entrega o território.
Aquilo foi uma crise tremenda em Portugal, e foi, por coincidência, o momento em que Paulo Prado chegava a Paris para morar com o tio na casa frequentada por Oliveira Martins, pelo Eça de Queirós e muitos outros. No mesmo mês, acontecem várias coisas: a queda do império no Brasil, o rei de Portugal morre, vem o Ultimatum, Paulo Prado está chegando a Paris e há a coroação do novo rei de Portugal, que assume um país desmoralizado.
O novo rei, íntimo da Geração de 70, chama Oliveira Martins para reorganizar as colônias, a política colonial. E é esse historiador e essa preocupação que captam o interesse de Paulo Prado: uma teoria sobre colônias. O modernismo paulista começa a nascer a partir de uma teoria do reordenamento das colônias de Portugal.
JU – E a ideia da raça heroica portuguesa, com as duas mestiçagens no Brasil?
Berriel – Paulo Prado observa que São Paulo é o único local que não foi fundado no litoral, mas no planalto, “protegido” do contato exterior pela Serra do Mar. E quem funda São Paulo são os portugueses de antes de 1580, a dita raça heroica. Daí por diante São Paulo fica inacessível aos portugueses da decadência pós 1580.
Ao resto do Brasil, sem a barreira da Serra do Mar, os portugueses apodrecidos chegaram também. E acabam sendo maioria. Então, no Brasil forma-se um amálgama racial com o elemento apodrecido do português pós-1580, com a depravação do escravo negro e a lascívia do índio. Isso então gera o brasileiro, que não serve para nada. É um horror. E é o que explica, na teoria dele, por que o Brasil é a calamidade que é.
São Paulo, ao contrário, vai ser o resultado de outra mescla racial, em que não comparece o negro. E o índio, em São Paulo, inexplicavelmente não é lascivo. O índio que se mistura ao português heroico, gerando o paulista, é alguém que tem o perfeito domínio da natureza e do território. Possibilitando, portanto, o surgimento do bandeirante, que é o português que mantém o espírito das navegações (agora terrestres ou fluviais), e que ao mesmo tempo tem o domínio do ambiente natural, trazido pelo índio.
Essa construção, bastante – digamos – poética e livre de Paulo Prado, serve como diagnóstico que é lido com respeito por muita gente, lido como verdade.
Paulo Prado chega a dizer que o paulista já é uma raça. Então, temos no Brasil uma raça superior e uma raça inferior. E o Estado brasileiro deveria seguir essa lógica. Esse paulista é o único capaz de produzir uma arte autêntica – a modernista –, enquanto o brasileiro rasteja no romantismo, no parnasianismo, etc.
JU – Essa ideia de excepcionalismo paulista é algo que se vê ainda hoje, não? É uma ideia que nasce com Paulo Prado, ou ele foi apenas um vetor?
Berriel – Essa ilusão, essa ideologia, vinha sendo constituída em simultaneidade com o crescimento da importância do café na economia brasileira. Paulo Prado transforma essas ideias num movimento artístico, com a Semana de 22. Quando o café se torna importante, o Brasil já é um sistema político organizado na Corte, no Rio de Janeiro. São Paulo tem uma luta contínua – política, econômica e cultural – para romper com a síntese cultural e política consubstanciada no Rio de Janeiro.
O modernismo é, digamos assim, um sistema cultural em formação que se dispõe contra o sistema cultural dominante até então. Consubstanciado no Rio de Janeiro, na Academia Brasileira de Letras, na Corte, na capital do Império e da República.
O modernismo, quando desautoriza esse sistema, joga no ridículo toda a literatura anterior. Na verdade o que temos é uma disputa de hegemonias. O modernismo luta pela transferência da hegemonia política, cultural e econômica do Rio para São Paulo. É um movimento indissociável da política, portanto, e a desautorização das formas estéticas e literárias dominantes é a outra face da desautorização do sistema político brasileiro, em que todas as províncias possuíam direitos equivalentes.
Dizer que a poesia de Olavo Bilac ou de Coelho Neto não tem qualidade é uma estupidez, como Mário reconhecerá mais tarde. Eliminar, ridicularizar o simbolismo, ou o parnasianismo, como eles fizeram, na verdade é um momento da disputa pela hegemonia política.
A ação iconoclasta dos modernistas buscava cortar os vínculos nacionais com a sua própria tradição, já acumulada. O Brasil não deveria mais se reconhecer pela tradição cultural já constituída, mas seria necessário refundar o país a partir da experiência exclusivamente paulista. Este é o sentido mais profundo da Semana.
JU – Retrato do Brasil faz um diagnóstico dos problemas brasileiros que parece muito atual: corrupção, incompetência, ineficiência… Paulo Prado acertou o problema, mas errou a causa?
Berriel – Parece que esse livro, de repente, ficou muito atual. Esse rol de queixas, muito justas aliás, você vai encontrar em todos os lugares e em todas as épocas, e não só no Brasil. A questão é: se o projeto político modernista tivesse sido vitorioso, os problemas seriam resolvidos? Esse projeto, segundo o que sugere o Retrato do Brasil, passaria pelo fim da igualdade jurídica entre os Estados, e mesmo entre os cidadãos. Um Estado baseado no privilégio racial é eficiente e competente? Seria a solução para os problemas elencados?
Aventou-se o controle da movimentação dos indivíduos, sendo cogitado inclusive o uso de passaportes internos. Os nordestinos não poderiam vir para São Paulo livremente, por exemplo. Isso, no fundo, é o apartheid como o que se implantou na África do Sul. E no fundo, isso não é o sonho inconfessado da direita brasileira? Mas o apartheid resolveu algum problema de corrupção no mundo? O Convênio de Taubaté não seria a mãe de todas as corrupções brasileiras?
JU – Essas questões parecem fazer parte de uma pauta conservadora…
Berriel – Toda vez que a direita paulista se sente um pouco acuada, bate sempre na mesma tecla: a revolução de 32. O que foi a revolução de 32? Havia o Convênio de Taubaté. O país faliu por causa do crack da bolsa de Nova York em 29. São Paulo continua a cobrar este Convênio, sendo que o Brasil produzia café que não tinha mais consumidor.
Mesmo com o sistema internacional falido, a oligarquia cafeicultora quer que o Estado brasileiro mantenha a compra do café, com ou sem comprador internacional. Getúlio anuncia que em 32 não vai mais manter o acordo e dissolve o Convênio de Taubaté.
E aí a oligarquia de São Paulo se levanta pelo respeito “à Constituição”. Que Constituição? Agora, tem todo o discurso ideológico: São Paulo se levanta contra a ditadura de Vargas. Mário de Andrade, Paulo Prado e Alcântara Machado fundam a Revista Nova, que incita à luta armada contra Vargas. Por quê?
Porque de repente “os paulistas”, isto é, os barões do café, se tomaram de amores pela Constituição? Não. Foi pelo Convênio de Taubaté. Estava esfacelado o projeto de São Paulo metrópole de um Brasil colônia. O país estava se desmantelando por causa de uma oligarquia racista, reacionária e – não há como negar — modernista.
JU – Mesmo levando em conta as particularidades de cada autor, pode-se dizer que, de modo geral, o modernismo paulista abraça essa visão de São Paulo grande, bandeirante, condutora da nação?
Berriel – Sim. Mário de Andrade mesmo escreve uma carta a Manuel Bandeira em 1932 onde diz: “eu não sou mais brasileiro, sou paulista”. Mas, em 1942, Mário fez uma grande autocrítica e denuncia os salões da aristocracia como corruptora do movimento. Muito corajoso e lúcido.
JU – Mas isso é curioso, porque a esquerda brasileira abraçou os modernistas. Ou não?
Berriel – Em grande parte, sim. Isso mostra que a esquerda precisa construir sua própria interpretação do Brasil, e não aceitar uma interpretação do país que vem do núcleo da reação. Esse é um dos problemas da esquerda brasileira: ela precisa interpretar o Brasil não só no plano econômico, ou através da história dos partidos políticos, mas precisa entrar na representação simbólica da identidade nacional.
A esquerda brasileira raramente considera relevante a vida literária e artística, e acaba, por decorrência, endossando concepções da direita que nasceram na literatura e nas artes. O importante não é tanto ler os comentadores – como eu mesmo –, mas ler os próprios autores.
Foi o que procurei fazer aqui: estudei o modernismo sem considerar os intérpretes do modernismo, mesmo tendo-os lido. Para que pudesse chegar ao texto. Porque senão eu seria atravancado por essa coisa que o modernismo virou no beabá das escolas, aquelas frases, como “a Semana de Arte Moderna ocorre no ano em que se fundou o Partido Comunista no Brasil”. É verdade.
E não tem nada a ver uma coisa com a outra. Eu poderia dizer, da mesma forma, que a Semana de Arte Moderna ocorreu no mesmo mês em que Mussolini tomou o poder na Itália. É verdade? É. Você tira o que quiser daí, inclusive significados vazios. E perde o país.
JU – E as consequências reais do modernismo paulista para a literatura brasileira: foi tudo isso mesmo que se vende? Ou o pessoal que estava começando a escrever no Nordeste teria feito a mesma coisa sem a Semana?
Berriel – Não teria feito a menor diferença. Para os escritores do Nordeste não faria a menor diferença ter ou não ter existido a Semana. Por outro lado, por exemplo, Carlos Drummond de Andrade: mineiro, vem de outra tradição, ele foi sim influenciado pelo Mário de Andrade. Manuel Bandeira, não, Manuel Bandeira já estava pronto.
Na Semana de Arte Moderna ele já era um poeta consagrado, toda a herança dele vem do simbolismo, de outros autores. Mas há alguma influência, sim, principalmente do Mário de Andrade, que é um grande escritor, um dos maiores do Brasil.
Quando a gente vai direto aos autores, aos textos, não a interpretações prévias, mas deixa o autor falar, podemos chegar a coisas surpreendentes.
Acho que esse é um programa extremamente interessante, que pode reabrir o cânone literário brasileiro. Reabrir, estudar de novo essas coisas, porque não está funcionando mais a ideia da centralidade da Semana de 22. Há muito tempo não está funcionando mais.
JU – A ideia de que a literatura brasileira estava engessada em beletrismo vazio e aí os modernistas chegaram chutando a porta é um mito?
Berriel – Isso é um mito. E Lima Barreto, e Euclides da Cunha? É muito fácil ridicularizar um escritor, assim como é fácil improvisar um poeta futurista: junta-se um pouco de aeroplano, um torpedo, acrescenta-se uma xícara de onomatopeia de máquina, vruum, zazzz… e você tem um poeta futurista, quentinho.
Mas esse é um procedimento ilegítimo, pois desse modo não se quer compreender um problema literário, mas descartá-lo, simplesmente.
Agora, tome a poesia de verdade, a literatura que existia na época: não é de se jogar fora, não. Por causa, inclusive, desse domínio do modernismo, muita obra interessante, escritores interessantes, caíram no esquecimento. Eu cito, por exemplo, o Visconde de Taunay, um escritor lidíssimo no Brasil, com uma obra muito interessante, que publicou quase 30 livros, dos quais hoje só são conhecidos dois ou três. E os livros dele não são republicados desde 22.
Ele tem um romance que foi um grande best-seller – o que não diz muita coisa, mas diz alguma coisa – chamado Ouro Sobre Azul, que foi o livro mais vendido no fim do século 19. E é um livro de qualidade. E o último romance dele, No Declínio, é um romance de inspiração simbolista extremamente interessante. O modernismo criou uma espécie de buraco negro que escondeu boa parte da literatura brasileira, e que precisa ser redescoberta.
JU – Ligando um pouco o livro com sua área de pesquisa atual, a questão das utopias. Paulo Prado tinha a visão de uma utopia paulista?
Berriel – O Paulo Prado é muito pouco “poético”, ele é muito duro. O livro dele é um ensaio sobre a tristeza brasileira. Você tem ali uma visão racista, uma visão de degradação radical do brasileiro. Ele se utiliza, para construir a sua ideia do Brasil, dos inquéritos da inquisição. Confissões extraídas na tortura, esse é o material que ele usa para dizer o que é o Brasil. Pode ser, talvez, uma distopia. É um mundo muito feio, o que ele monta.
JU – Mas as ideias dele ainda são influentes.
Berriel – Sim, e volta e meia ressurgem. Em 1964 foi assim. Você tem agora essas manifestações na Avenida Paulista, aqueles grupos mais de direita tiram do baú algumas bandeiras que foram do modernismo, impregnadas de naftalina, e as usam para combater um governo, como o da Dilma, que se assemelha muito ao de Vargas: nacionalismo econômico, ampliação do mercado interno através da distribuição de renda, empresas estatais, Estado forte. E aí você tem manifestações que tiram do baú da oligarquia as ditas velhas tradições paulistas. Mas é preciso distinguir a ideologia da oligarquia do café dos reais interesses do homem comum de São Paulo.
JU – Isso é o modernismo?
Berriel – Isso é o modernismo paulista de Paulo Prado. Cada autor deverá ser estudado em si mesmo, e as similitudes e diferenças com o pensamento de Paulo Prado naturalmente aparecerão. Só temos a ganhar com isso.