quarta-feira, 10 de julho de 2013

Francia, España, Italia y Portugal: las cuatro aeromozas de los yankees





La madrugada del 17 de junio de 1972, fue el escenario del mayor caso de espionaje mediatizado en la historia política de los Estados Unidos. Frank Wills, guardia del complejo de edificios Watergate, denunció a la policía sobre un supuesta penetración al edificio de varias personas, y en el acto fueron arrestados cinco hombres que trabajaban en la operación 40 de la CIA al servicio de la reelección del Presidente Nixon, y se internaron en la oficina del Comité Nacional del Partido Demócrata principal opositor del candidato a la reelección. Las personas detenidas fueron acusadas de tentativa de robo y de haber intentado intervenir las comunicaciones a través de la utilización de grabadoras por cintas magnetofónicas. Antes de soportar la lista de delitos que preparaba el Senado para la substanciación del juicio político "impeachment", Richard Nixon renunció en 1974.
Hoy, a punto de cumplirse los 39 años de aquella dimisión, otro escándalo asola la política inveterada de espionaje y escuchas ilegales por parte de una administración estadounidense liderada por Barack Obama, que en su campaña consciente de que estas prácticas nefastas denunciadas, y que con el sabor retórico de la demagogia reditúan en los porcentajes electorales, prometió darles fin.
Como las radiograbadoras y las cintas magnetofónicas pasaron al mundo del museo y del ready made, ahora Google, Facebook, Yahoo, Hotmail, Skipe y You Tube son los espacios que el gobierno de los Estados Unidos a través de los mismos actores de la CIA, ha instrumentalizado para meterse a las alcobas de los usuarios más extranjeros que nacionales, y se ha apoderado de sus más íntimos secretos, en el afán de que sus leyes con territorialidad limitada al norte de América, pueden impunemente privar del derecho a la intimidad a las personas que viven en otros países. Este es el Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, este es el 1984 de George Orwell, este es el Panóptico inventado por Jeremías Bentham y reivindicado por Michael Foucault como un ojo avizor, ubicuo que mide cualquier coordenada de la vida e incluso con el coyuntural eufemismo de una defensa nacional con pretensiones de universal, que no se limita a su propio pedazo de tierra. Esto es burdamente el cumplimiento de profecías milenaristas, la humanidad espiada por un juez del planeta, por un gobierno que se ufana de ser pueblo escogido de Dios o tierra prometida de donde mana leche y miel.
¿Podríamos esperar una renuncia de Obama? Richard Nixon espiaba al partido demócrata. Obama espía a la humanidad entera, entre ella podemos comprender a sus férreos enemigos y sus más dóciles aliados.
La lógica de los 70 del siglo XX trajo como consecuencia en la comprensión de la representación del mundo real, a un héroe de la zaga representado en el denunciante Frank Wills y a un villano encarnado en Richard Nixon. Pero un imperio no siempre debe dar lecciones de ética, y los héroes pueden podrirse en el mundo absurdo de las historietas, por mientras la real politik cambia los roles morales.
En este contexto difuso y antojadizo de una moral que suele cambiar sus dispositivos cuando se le viene en gana, entra el atentado contra la vida del Presidente del Estado plurinacional de Bolivia, Evo Morales.
Francia, Portugal, España e Italia, las cuatro aeromozas transidas de historia universal milenaria y de gloria pretérita, hoy arrodilladas ante el más indigno servilismo a un gobierno de apenas 337 años, han negado su espacio aéreo al avión presidencial de Bolivia que regresaba de Rusia a su país, atendiendo a la sospecha de la misma Cía de que transportaba a Edward Snowden, el joven muchacho ex agente de la Cía., que dio a conocer los extremos de la conspiración. Independientemente de la veracidad o no de lo acotado, lo cierto es que estas maniobras no tienen ningún asidero en el derecho internacional, y ante la inminencia de un combustible que se limita a un itinerario y a un plan de vuelo previsto, estas negativas pusieron en peligro la vida de un jefe de Estado.
Lo más increíble de todo es que el embajador de España en Austria pretendió revisar como perro sabueso la nave del Presidente Evo en suelo austriaco, y en el propio país donde se aprobó la Convención de Viena sobre inmunidades diplomáticas, cuando sus funciones no son ni de policía ni se extralimitan más allá de su territorio ficticio de la embajada. Este acto constituye el subdesarrollo y el enanismo de una política exterior española de tercer mundo, que no respeta el derecho internacional y consuetudinario de inmunidad absoluta de una aeronave presidencial, confiando en las órdenes pragmáticas de un jefe estadounidense que manda y si se equivoca vuelve a violar.
Paradójicamente estas naciones saquearon el continente americano y exterminaron a millones de indígenas, y con la presuntuosa generosidad de haber concedido el alma a los indígenas por decreto de Roma, hoy siguen creyendo que los pueblos de América del sur son todavía sus colonias. Se equivocan, y sobre todo, causa risa o da lástima comprobar que por debajo de este ropaje de nobles y de blasones imperiales, las cadenas del neoliberalismo ciegan sueños y asesinan ilusiones, y por culpa de sus ejecutorias oficiales sus pobres pueblos se debaten en el subdesarrollo que un día y todavía hoy nos adjudican con desprecio.
Las pobres aeromozas del neoliberalismo de la Merkel y de Obama no dieron espacio a Evo Morales, un hombre bueno, humilde, sencillo, con el desprecio que causa el que un presidente Indígena sea mejor estadista que ellos, pero su abyecto servilismo solo servirá para despertar el deseo de libertad de sus pueblos oprimidos que ya comprendieron con Bob Dylan que Dios no siempre está del lado de los Yankees.
El Joven Edwart Snowden representante preclaro de una consciencia juvenil estadounidense que ya ha demostrado sus ánimos de inconformidad en las calles, se decidió por el bien de la humanidad, y su nombre en los círculos oficiales del poder estadounidense ha reemplazado al mismísimo satán. Republicanos y demócratas se unen en la cruzada de salvar su política exterior de un pobre muchachito de 29 años, que en su decisión irresponsable omitió comprender que el confort estadounidense, que los grandes niveles de vida reservado a unos millonarios de éxtasis y anfetaminas, que las islas de prosperidad en medio de desiertos de hojalata y que el american way of life convertido en pesadilla de zetas, equis y Deas tiene un precio tan alto que importando un bledo las razones se traduce palmariamente en la retórica de In God We Trust.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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